martes, 29 de abril de 2014

Pequeñas notas de celular. (O: cómo evitar que la inspiración se escape)

Nota 1:
Eyes that have seen and have known much, but never get tired of seeing and knowing. And once again, weaving goodbye to another adventure, another horizon that is left behind and goes back into memories.


Nota 2:
Tal vez el peligro de haber vivido tanto, de haber disfrutado tantas escenas en esta vida, es que hay mucho para recordar. Hay caras y momentos y sonrisas y sensaciones para mirar con un cierto aire nostálgico, después de entender que el tiempo pasó y que no se puede volver. Como esa sensación de tener dieciocho años y creerse ominipotente, con todo un mundo por delante, y la libertad, y el aire. Como cuando viste por primera vez el mar, o tu primer beso, o la vez que te sentaste a ver los murciélagos salir de abajo de las tejas en algún lugar muy lejos de casa. O el cosquilleo en la panza de saberte lejos, sola, frente a un mundo que no te conoce y al que no conocés, que no sabe tu historia ni tus nostalgias. O esa noche, quieta, fresca, sentada, los pies sobre un banco, el campo por delante, alguien otro trabajando en silencio cerca. La sensación de contentamiento, de que todo era como debía ser, aunque no lo fuera, aunque tal vez sí lo había sido, en ese momento.

Nota 3:
Miro por la ventana y de nuevo esa sensación en la boca del estómago y la sucesión de imágenes que pasan volando y pasan en otros lugares, porque el aire huele a otro lugar; hoy huele a lejos.


lunes, 6 de enero de 2014

La vida es buena.


Es bueno pensar, a veces, que la vida es buena. No es perfecta. Tampoco es buena todo el tiempo. Pero me gusta pensar, en medio de todas las incertidumbres, de las cosas incompletas y los planes que todavía no se concretaron, que la vida es buena.

Dios tuvo la buena idea de darnos amigos. Desde aquellos tiempos de David y Jonatán hasta hoy, los amigos vienen a complementar nuestra vida. Porque nos hacen reir, o nos escuchan, o nos hacen sentir que tenemos una familia muy grande, llena de gente rara, curiosa, divertida, que se especializa en crear buenos momentos.

Sí, la vida es buena. Porque tenemos suficiente. Porque podemos ayudar a otros. Porque podemos soñar y el cielo es el límite. Los caminos se abren por delante y son infinitos. Solía pensar en todas las vidas que no voy a vivir (sí, aceptémoslo: no voy a ser nadadora profesional ni niña prodigio, ya pasó), pero creo que prefiero pensar en todas las vidas que sí voy a vivir. Sí, porque la vida y el mundo son grandes, llenos de caminos por caminar, gente por conocer, vida para vivir.

Sin embargo, los buenos momentos también se acaban, y muchas veces la vida vuelve a ser algo monótono, aburrido: un universo por el que vamos pasando sin pena ni gloria. Y hoy, 6 de enero, sé que voy a tener muchos de esos momentos durante este año. Aún así, creo que todo pasa por una cuestión de perspectiva.

Hay un texto en la Biblia que da un giro de 180° en nuestra forma de percibir la vida, y que personalmente pienso tener presente durante todo este 2014. Está en Hageo capítulo 1:


Entonces vino palabra de Jehová por medio del profeta Hageo, diciendo:

Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta?
Pues así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos.
Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto.
Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad sobre vuestros caminos.
Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa; y pondré en ella mi voluntad, y seré glorificado, ha dicho Jehová.
Buscáis mucho, y halláis poco; y encerráis en casa, y yo lo disiparé en un soplo. ¿Por qué? dice Jehová de los ejércitos. Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia casa.
Por eso se detuvo de los cielos sobre vosotros la lluvia, y la tierra detuvo sus frutos.
Y llamé la sequía sobre esta tierra, y sobre los montes, sobre el trigo, sobre el vino, sobre el aceite, sobre todo lo que la tierra produce, sobre los hombres y sobre las bestias, y sobre todo trabajo de manos.
Y oyó Zorobabel hijo de Salatiel, y Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y todo el resto del pueblo, la voz de Jehová su Dios, y las palabras del profeta Hageo, como le había enviado Jehová su Dios; y temió el pueblo delante de Jehová.
Entonces Hageo, enviado de Jehová, habló por mandato de Jehová al pueblo, diciendo: Yo estoy con vosotros, dice Jehová.
Y despertó Jehová el espíritu de Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y el espíritu de Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y el espíritu de todo el resto del pueblo; y vinieron y trabajaron en la casa de Jehová de los ejércitos, su Dios, en el día veinticuatro del mes sexto, en el segundo año del rey Darío.

Hageo 1:3-15



El planteo de Dios es bastante simple: no esperes estar satisfecho cuando es tu propia vida, tu trabajo, tu tiempo lo que manda. Cuando la casa de Dios está descuidada. Cuando tu servicio está descuidado. Cuando todo es más importante que darle tiempo a Dios.

Y no se trata de internarse en la iglesia. La casa es nuestra vida, y el templo de Dios es tu relación con Dios. ¿Qué lugar tiene cada cosa? ¿El tiempo de Dios es el que me sobra? ¿Las fuerzas para Dios son las que quedan después de hacer lo que creo que me satisface? Si hay una regla que aprendí con el tiempo y a las malas, es que cuanto más le dedico a Dios, más tengo para mí. No tiene lógica dentro de nuestras estructuras y generalmente tendemos a hacer todo lo contrario: "necesito más tiempo para mí". Y el tiempo se escurre como arena entre los dedos. Nunca alcanza.

Tal vez sea el tiempo de repensar algunas cosas. Tal vez hoy, 6 de enero, junto con los sabios de oriente, nosotros podamos decirle a Dios que este año queremos que la vida sea buena. Y que por eso es tiempo de reedificar nuestra relación con Él.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Ideas de luz, calor y mañana.

No soy politóloga. No entiendo mucho de estas cosas. Pero hoy, levantada temprano y en plan de empezar el día, me tomé unos minutos para leer el diario. Cortes de luz, gente que protesta por todas partes, el boleto de colectivo que aumentó casi un 50% -ah, pero no es que alguien haya salido a anunciarlo, a prometernos que este aumento vendrá acompañado por mejoras en el servicio... no, más bien, nos enteramos casi de casualidad, casi una gentileza de alguien que leyó el Boletín Oficial-, y la lista sigue. Mi pregunta es, entonces: ¿quién nos dirige? En medio de todo el caos, el descontento, las complicaciones que no son más que la consecuencia del descuido de años, ¿quién se hace cargo?
Por mis estudios me toca ver seguido discursos y conferencias de presidentes extranjeros y debo confesar que muchas veces sueño con cómo sería tener un presidente al que pudiera creerle. Que nos animara, como pueblo, a crecer, a confiar en nosotros, a dar lo mejor. Que nos animara a trabajar juntos, y no a vivir enemistados entre vecinos.
"Leíste a Clarín", me dirán algunos. No. Leí todos los diarios. Con las más variadas inclinaciones políticas. Cada cual culpa a alguien diferente, pero eso no hace más que acrecentar la sensación de vacío, de que estamos solos frente al mundo. Solos frente a una clase política que, una vez más y como tantas veces en la historia, solo piensa en salvar su pellejo. Solos ante las problemáticas sociales que, lejos de mejorar, empeoran día a día y nos golpean en la cara cada vez que salimos de casa. Solos. Sálvese quien pueda y huya el que tenga valor.
Quién sabe, mi país lindo. Será que el cambio va a tener que empezar por nosotros, será que es hora de dejar de quejarnos de a uno y solo mientras el problema nos afecta directamente. Tal vez si nos interesáramos por el otro, si nos esforzáramos por entender lo mal que lo está pasando tanta gente allá afuera que tiene el mismo derecho que nosotros a estar bien, entonces empezaríamos a cambiar.

martes, 4 de junio de 2013

Para ellas.

Escuché muchas veces que la Biblia es un libro arcaico, desactualizado; que no sirve para los problemas del siglo 21. Podría contarte varias experiencias personales en las que pude comprobar que es el libro más actualizado y moderno se pueda encontrar, pero para esta vez, tengo una protagonista que lo puede expresar mucho mejor que yo.
El libro de Proverbios, que el rey Salomón escribió muchos años atrás, cierra con un retrato muy particular: nada más ni nada menos que  la descripción de una mujer empresaria. Sí. Contrariamente a la visión popular, de una Biblia machista y un Dios para quien la mujer solo se ocupa de cocinar y criar a sus hijos, la protagonista de este retrato es una mujer que sabe balancear cada área de su vida: la familia, su matrimonio, los negocios, la vida social. Es una mujer reconocida en todo el ambiente donde se mueve. Si la ves pasar, seguro va caminando rápido, celular en la mano, vestida con la última colección de Zara (v.22). Pero ojo, no te confundas: no tiene ningún problema en embarrarse para ir a ayudar a esa familia que vive en la villa, o de pararse a conversar con la mujer que está pidiendo monedas en la esquina (v.20). Los que la conocen saben que antes que los negocios viene su Dios y su familia, y que sus valores morales no son negociables.
Su día debería tener 25 horas para hacer todo lo que se propone; pero igual ella sabe organizarse. Se levanta temprano, deja la casa en orden y sale corriendo para el trabajo (v. 15). Es una mujer emprendedora, de esas que siempre están buscando nuevas oportunidades y que saben cuándo es momento de invertir (v. 16). No le molesta cubrir baches o hacer un trabajo de un rango menor; ella sabe quién es y sabe lo que quiere (v. 17).
No se olvida de las fechas importantes, se acuerda de pagar las cuentas, o de cuándo es hora de llevar a los chicos a comprarles ropa nueva porque lo del año anterior ya no les entra (v. 21).
Pero no te equivoques: sabe que no es omnipotente. Su marido es su ayuda y su compañero, y verlo progresar a él es parte del progreso de ella (v. 23). Son un equipo, porque de otra forma ninguno de los dos podría avanzar.
Y todavía hay más: la mujer de este relato es también la consejera de los que la rodean. Todos saben que pueden ir a pedirle ayuda, o sencillamente, una oreja. Sabe dirigir a sus empleados sin ser tirana (v. 26) y cuando llega la noche y la hora de descansar, puede cerrar los ojos tranquila, sin remordimentos y confiada en que, aún en los momentos de crisis, ella está sembrando bien.
Porque, como a todos, va a llegarle la hora de cosechar. La hora de ver los resultados de todo ese trabajo. La hora de ver a su familia avanzar, a sus hijos crecer. Y cuando llega la hora de la verdad, tenemos un resultado que revela quién es ella para los que la ven bien de cerca: Sus hijos se levantan y la felicitan; también su esposo la alaba: «Muchas mujeres han realizado proezas, pero tú las superas a todas.» Engañoso es el encanto y pasajera la belleza; la mujer que teme al Señor es digna de alabanza. ¡Sean reconocidos sus logros, y públicamente alabadas sus obras! (Proverbios 31:28-31).

Dedicado a todas esas mujeres increíbles que puedo y pude conocer.



Para leer el texto completo: http://www.biblegateway.com/passage/?search=proverbios%2031:10-31&version=NVI

lunes, 4 de febrero de 2013

Cuento, parte #1

Daba el sol de febrero. Daba fuerte, la pucha, como queriendo quemar lo inquemable. El reflejo iba pegando en las antenas de TV de las casitas del barrio. Una locura de día. Tres nenes pasaron corriendo, ajenos al calor calcinante. Ajenos también al hambre: se habían acostumbrado a convivir con ese fantasma. Esa molestia en el estómago era un viejo compañero, uno más en los juegos de tardes y noches, una sensación que ya no sabían diferenciar del reflejo de respirar.
El viejo se sentó en su asiento improvisado con un cajón de manzanas. Miró hacia el horizonte con esa mirada que solo los viejos tristes pueden tener, y se quedó así un buen rato, como reviviendo en su mente algún tiempo mejor que probablemente nunca existió. Las manos ajadas y cansadas apoyadas sobre las rodillas lo hacían parecer algún prócer rural que la historia había olvidado de retratar. Sabía que le quedaba poco. Todos los vecinos comentaban lo bien que estaba para su edad, y lo fuerte que todavía se veía a sus ochenta y tantos. Pero él sabía, si, él sabía y podía sentirlo: la parca le andaba cerca.
No es que le preocupara demasiado. La vieja se había ido hacía unos años y desde ese momento su tiempo era como uno de esos chicles recalentados por el sol que se estiran cuando uno los pisa: ya no servía para mucho; había perdido su sabor y su color, pero seguía estando ahí, incapaz de irse también. La vieja. Había sido una buena compañera. Solo muchos años más tarde se enteró de casualidad de cómo ella le dejaba la carne del guiso siempre a él, que llegaba a almorzar más tarde después de trabajar en la fábrica. Años en los que la comida de ella había sido arroz y fideos y un poco de verdura cuando se podía. Pero nunca se quejó. No se quejó ni siquiera cuando tuvo que salir a trabajar, porque con lo poco que él podía traer a la casa no alcanzaba para que comieran los hijos y los hijos de los hijos. Consiguió un carro de supermecado de quién sabe donde y aprendió el marginado oficio de cartonera.
La vieja murió una tarde de invierno, cansada de la vida, murió mirándolo con esos ojos ávidos como los que siempre había tenido, hasta que fue tiempo de cerrarlos, esta vez para siempre. Ese día, ese maldito día, el viejo había sentido que una parte de su vida se apagaba para siempre.
El coche fúnebre fue un carro tirado por algunos caballos resignados a la vida que les había tocado. La enterraron en el cementerio municipal, al lado de su hermana, y en una fosa con un lugar más, que algún día vendría a ser para él. El viejo se descubría seguido pensando en cómo sería estar ahí abajo; cómo se sentiría volver a estar cerca de ella, aunque sea para pelearse por el espacio. Extrañaba que lo reten, extrañaba el sonido de las ollas viejas y escucharla tararear alguna canción de su juventud por lo bajo.
Cuando el sol empezaba a bajar el barrio dejaba de ser un lugar tranquilo. Las madres cuidadosas metían a los nenes adentro de los ranchitos y empezaba a reinar la ley de la noche. El viejo se levantó con movimientos lentos, más por melancolía que por dificultad, y llevó despacio su cajón para adentro. El hijo mayor le había conectado la luz la última vez que la vieja estuvo enferma . A la luz del tubo fluorescente miró alrededor: algunos cachibaches, una mesa vieja y despintada, dos sillas y tres banquitos sin respaldo, un anafe que conoció épocas mejores, una palagana para lavar los platos. En un rincón, varios platos diferentes apilados. Cuando la familia era grande, todos se usaban en cada comida, pero ahora quedaba él solo, y la soledad se hacía más pesada cuando notaba las marcas de los que habían estado. El ranchito tenía una habitación más, que solía ser el dormitorio para todos y ahora era ese rincón donde pasaba sus noches largas. Le costaba dormirse y se despertaba al amanecer, preso de sus pensamientos. Inevitable recordar. La vejez se sentía más en su mente que en sus huesos, como un montón de recuerdos que se habían acumulado y ahora peleaban por salir, peleaban por ganar terreno en su memoria.
En otro de los rincones, le llamó la atención una cajita que nunca había visto. Es verdad que no era un gran observador, pero esa aparición lo sorprendió. Era una caja de zapatos, forrada con un papel viejo con rosas que pertenecían a otra época. Tenía olor a guardado. Atrapado por la curiosidad, levantó la tapa con cuidado y espió adentro: el olor a papel con guardado fue casi más fuerte que el aroma a falta de esposa de su ropa. Cuando logró acostumbrarse al olor, pudo ver adentro y encontró lo que hacía años creía perdido: fotos y recortes de hacía más de cincuenta años atrás, cuando los dos se habían conocido. 

martes, 9 de octubre de 2012

Sonido - Parte 1


Escribía las palabras solo por su sonido. Las usaba para volar. Sonaba al volar, y volaba al sonar. Palabras. Una buena tarde decidió que las palabras eran demasiado, pesaban mucho, decían tanto...Se animó a tirarlas en un rincón, con la esperanza de que se fueran. Pero cada noche la miraban desde el rincón; la miraban a veces con ojos tristes, y otras veces con una ira contenida, como un león enjaulado esperando devorar a su captor. Las dejó estar. Las ignoró.

Pasaron días y meses y noches y lunas. Ya casi se había olvidado de ellas, pero ellas tenían memoria. El polvo y el olvido no habían logrado acallarlas. Sus sonidos vibraban dentro de ellas, buscando a alguien que se atreviese a pronunciarlos. Y las palabras se reunieron. Desde su famélico olvido juntaron fuerzas para volar una vez más, para enfrentarla. Se alinearon, se sacudieron el polvo. Algunas se desperezaron -habían dormido tanto tiempo...- y otras empezaron a tararear una canción bien suave. Ninguna fue dejada atrás.

jueves, 30 de agosto de 2012

Amanecer sobre Puente Alsina

El sol empieza a brillar, anaranjado. Va tiñendo las nubes cercanas, les regala pedacitos de luz. El colectivo avanza lento. Los pasajeros todavía adormecidos miran por la ventanilla. Algunos. Otros charlan, otros escuchan música, otros duermen. Pero algunos, nosotros, miramos. Porque el espectáculo parece preparado para nosotros. Color, color, color. Brillo de mañana. Antesala del día. Una pintura impresionista previa a un día de oficina y monotonía.
Avanzamos. Se ve la estación de tren, las vías bañadas por ese brillo anaranjado. Un perro callejero deambula por el cuadro. Algunos obreros con mochilas y vestidos de azul caminan, se acercan a la estación. Parecen ajenos al cuadro del que forman parte, abstraídos en su mundo de días largos y noches cortas. Pero el Sol no es mezquino, y los ilumina a ellos también. Como soldados brillantes del amanecer.
Poco a poco, mi parte favorita: el riachuelo. Ese punto exacto en la mitad desde el que se ven las dos orillas. Ah, el cielo en su magnitud, el sol ya no tan tímido, llenando el paisaje, reflejado en la superficie del agua. Agua naranja, agua dorada. Algunos pájaros sobrevuelan, pequeñas siluetas negras. De fondo las marcas de la industrialización, chimeneas que nunca dejan de soplar humo. En las orillas, las casas de ladrillo naranja, los nenes de guardapolvo blanco que empiezan a salir de sus casas. Montones de basura. Bolsas de plástico que ahora parecen hechas de oro.
La mañana perfecta y tranquila. Ese único momento en el que todo se une, todo está quieto y el Astro Mayor nos demuestra que la belleza depende de los ojos con los que se la mire.