domingo, 7 de agosto de 2011

sobre padres, hijos y abrazos.

Conozco a un nene que es bastante travieso. Muy travieso, diría yo. Conozco varias de sus andanzas y sé que muchos lo calificarían con ese apelativo tan agridulce, "terrible".

Pero es un nene y su inocencia está intacta...y hoy me dió una de las lecciones más importantes del último tiempo.

Mi mente intentaba concentrarse en lo que se decía en la iglesia, y mientras otras 150 ideas batallaban por tomar lugar. Incertidumbres, temores, preocupaciones... tantas cosas dando vueltas en mi mente, y yo tratando de escuchar a Dios, de concentrarme en Él.

Fue entonces que mi vista se posó en uno de los primeros bancos, y ahí estaban: padre e hijo. El nene de mi historia, a upa de su papá, los ojos cerrados, y la cabeza descansando tranquilamente en su pecho. Pero su cara era lo más perfecto de la escena: estaba en paz, tranquilo, confiado. Con solo mirarlo se notaba que no dudaba ni un segundo del amor de su papá. Confiaba, descansaba.

¿Por qué mencioné que es un nene travieso? Justamente porque eso es lo mejor de la historia. Me puse a pensar que en la semana seguramente se habría mandado alguna macana... probablemente hoy se haya mandado alguna. Me puse a pensar que él es consciente de que no siempre obedece, y de que no siempre hace todo bien...

Sin embargo, ahí está la lección: nada lo hace dudar del amor de su papá. Se recuesta sobre su pecho, y duerme confiado, porque se siente amado, no por lo bueno o lo malo que haya hecho, sino porque su papá es su papá. Sencillamente.
Puede retarlo, puede enojarse, pero lo ama. Y él descansa confiado.

¿No deberíamos ser así con nuestro Papá? Si podemos estar confiados, en paz... si podemos dormir quietos sobre su pecho sabiendo que nos ama a pesar de todos nuestros errores y nuestros pecados...¿por qué tantas veces condicionamos su amor a lo que creemos que merecemos?

Yo quiero el abrazo de mi Papá, siempre, porque creo que me ama.