martes, 9 de octubre de 2012

Sonido - Parte 1


Escribía las palabras solo por su sonido. Las usaba para volar. Sonaba al volar, y volaba al sonar. Palabras. Una buena tarde decidió que las palabras eran demasiado, pesaban mucho, decían tanto...Se animó a tirarlas en un rincón, con la esperanza de que se fueran. Pero cada noche la miraban desde el rincón; la miraban a veces con ojos tristes, y otras veces con una ira contenida, como un león enjaulado esperando devorar a su captor. Las dejó estar. Las ignoró.

Pasaron días y meses y noches y lunas. Ya casi se había olvidado de ellas, pero ellas tenían memoria. El polvo y el olvido no habían logrado acallarlas. Sus sonidos vibraban dentro de ellas, buscando a alguien que se atreviese a pronunciarlos. Y las palabras se reunieron. Desde su famélico olvido juntaron fuerzas para volar una vez más, para enfrentarla. Se alinearon, se sacudieron el polvo. Algunas se desperezaron -habían dormido tanto tiempo...- y otras empezaron a tararear una canción bien suave. Ninguna fue dejada atrás.

jueves, 30 de agosto de 2012

Amanecer sobre Puente Alsina

El sol empieza a brillar, anaranjado. Va tiñendo las nubes cercanas, les regala pedacitos de luz. El colectivo avanza lento. Los pasajeros todavía adormecidos miran por la ventanilla. Algunos. Otros charlan, otros escuchan música, otros duermen. Pero algunos, nosotros, miramos. Porque el espectáculo parece preparado para nosotros. Color, color, color. Brillo de mañana. Antesala del día. Una pintura impresionista previa a un día de oficina y monotonía.
Avanzamos. Se ve la estación de tren, las vías bañadas por ese brillo anaranjado. Un perro callejero deambula por el cuadro. Algunos obreros con mochilas y vestidos de azul caminan, se acercan a la estación. Parecen ajenos al cuadro del que forman parte, abstraídos en su mundo de días largos y noches cortas. Pero el Sol no es mezquino, y los ilumina a ellos también. Como soldados brillantes del amanecer.
Poco a poco, mi parte favorita: el riachuelo. Ese punto exacto en la mitad desde el que se ven las dos orillas. Ah, el cielo en su magnitud, el sol ya no tan tímido, llenando el paisaje, reflejado en la superficie del agua. Agua naranja, agua dorada. Algunos pájaros sobrevuelan, pequeñas siluetas negras. De fondo las marcas de la industrialización, chimeneas que nunca dejan de soplar humo. En las orillas, las casas de ladrillo naranja, los nenes de guardapolvo blanco que empiezan a salir de sus casas. Montones de basura. Bolsas de plástico que ahora parecen hechas de oro.
La mañana perfecta y tranquila. Ese único momento en el que todo se une, todo está quieto y el Astro Mayor nos demuestra que la belleza depende de los ojos con los que se la mire.

jueves, 28 de junio de 2012

La historia de mañana.

¿No estás cansado de vivir esperando por un mañana? En este viaje que es la vida, alguien nos hizo creer que el futuro es siempre mejor. ¿Qué futuro? Me dí cuenta de que pasé los últimos años de mi vida proyectándome hacia un futuro que nunca terminaba de llegar.

Cuando tenga un trabajo, cuando tenga un novio, cuando termine mi carrera, cuando conozca un país extranjero, cuando me case, cuando me mude de la casa de mis padres, cuando sea grande y reconocida, cuando tenga mi familia.

Y me pregunto, por sobre todas las cosas, de dónde fue que salieron esas ideas. Porque en algún punto creí que es algo que Dios me enseña, que es parte de la vida cristiana... El problema es que no pude encontrar ninguna cosa en la Biblia que me confirme esa teoría.

Jesús les dijo a sus discípulos: "No se preocupen por su vida, qué comerán; ni por su cuerpo, con qué se vestirán. La vida tiene más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa" (Lucas 12:22-23).
Es más, les agrega: "Por lo tanto, no se angustien por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas." (Mateo 6:34).

Yo pienso, entonces, qué es lo que hago viviendo siempre con un pie en el futuro, nunca parada completamente en el presente.

Vivir en el futuro te inmoviliza: por tener los ojos puestos tan lejos, no podés ver lo que te rodea. No ves al que necesita una mano, no ves al que te está pidiendo ayuda, y, lo peor, tampoco ves la belleza que tenés alrededor.

Alguien nos hizo creer que lo bueno está por venir. Y es una idea muy buena cuando uno está en una situación difícil, es cierto. Pero la verdad es que si siempre estamos esperando algo, ni siquiera nos vamos a enterar cuando ese algo llegue, porque ya vamos a estar esperando otra cosa.

Todo se resume en una palabra: contentamiento. Hoy. Hoy podés ser el cambio. Hoy puedo ser felíz. Hoy.

En otra parte, Dios nos dice: "No se engañen, de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que siembra." (Gálatas 6:7), y yo me pregunto qué voy a cosechar si en vez de dedicarme a sembrar, me siento a esperar la cosecha.

El mañana va a llegar, no te preocupes. Pero somos responsables de nuestro hoy. Cada mañana amanecemos al día que Dios nos da, y somos responsables de hacer algo con él. ¿Cuántos días pasaron por nuestra vida sin pena ni gloria, esperando algo por venir? ¿Cuántas tardes pasaste lamentándote por eso que todavía no tenías, y te perdiste de ver lo que estaba cerca tuyo?

Tengo la teoría de que Dios, que nos hizo y nos conoce bastante, tiene bien presente nuestra tendencia a vivir en el futuro, porque llenó su Palabra de promesas sobre el tema: "Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes -afirma el Señor-, planes de de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza." (Jeremías 29:11)

Nadie nos pide que nos ocupemos del mañana: de eso se encarga el que creó y diseñó todo, y lo conozco lo suficiente como para creerle cuando me dice que no tengo que preocuparme por eso. Mi responsabilidad es hoy. Este momento. Este preciso momento en el que yo escribo y vos leés.

domingo, 13 de mayo de 2012

poema para un Salvador.


A cada minuto y a cada segundo,
que reines.
Que la dulzura de tu amor
me empalague por completo.
Que lo tengas todo, cada centímetro
de mi ser y de mi voluntad.

No me dejes quedarme incompleta,
no me dejes perdida en el camino,
no me dejes sola conmigo misma.

Que tu abrazo sea el más fuerte,
tu mano la más segura.
Que seas mi amanecer y mi tarde,
mi seriedad y mi risa.

Llenalo todo.
Acomodá este corazón fraccionado,
enseñale a amar como vos amás.
Enseñale a ser más a tu manera,
enseñale a ver, iluminado por tu luz.

A cada minuto y a cada segundo,
que reines.

jueves, 12 de abril de 2012

yo aprendo, tu aprendes, nosotros aprendemos

aprender a ser más humana.
aprender a compartir, a sentir.
aprender a expresarme,
aprender a querer.
aprender a arriesgar,
a equilibrar, a sanar.
Tanto por aprender...

martes, 6 de marzo de 2012

Moscas, andamios... y chicos.

Ayer también pasé por ahí. Había pasado otras tantas veces. En realidad siempre voy por la vereda de enfrente porque los andamios me molestan, y me molestan más aún los "elogios" poco atinados de los albañiles de la obra.
Pero hoy tuve que cruzar hacia esa vereda allá por Suipacha, porque Viamonte del lado que voy siempre era un hormiguero y yo -para variar- iba apurada. Llegué a Viamonte y Esmeralda, esta vez del lado de los andamios.
Fue imposible no verlos. Pies desparramados por la vereda, un buzo sucio envolviéndolos para abrigarse. Seguro estaban ahí desde la madrugada.
La gente viviendo en la calle siempre me moviliza. Me desespera que podamos pasar al lado de una persona que no tiene techo ni comida y seguir caminando como si nada, con nuestro celular, nuestra ropa de marca y nuestras preocupaciones a veces tan injustificadas. Y me incluyo en la lista... tantas veces pasé al lado de alguien así y no hice nada, ni orar por él.
Pero esta vez tenía que hacer algo... aunque mi algo sea chiquito: sea contarlo.
El paisaje era desolador: varios chicos de no más de doce años durmiendo amontonados, sucios, entre cartones y basura abajo de los andamios de la construcción. Las moscas volaban sobre ellos. Moscas. Olor, suciedad, y por sobre todo, incoherencia. Dormir cubiertos por moscas y rodeados de oficinistas apurados, como yo, como todos... que nos quejamos de nuestro colectivo, del calor -hasta que entramos a la oficina con aire acondicionado-, del tráfico.
Me pregunto cómo se verá el mundo desde los ojos de uno de esos nenes... me pregunto cómo será dormir sin techo, comer sobras, ser invisible. Ser invisible porque ya los tomamos como parte del paisaje urbano. Ví a un turista que les sacaba una foto, como si fueran un detalle más de la ciudad, como las casas de colores de La Boca.
¿Qué vamos a hacer con la realidad que nos golpea en la cara todos los días? Sólo porque nacimos en un lugar mejor, o tuvimos más recursos no quiere decir que no podríamos haber sido uno de ellos. Son personas como vos o como yo; son chicos que deberían estar jugando, estudiando, comiendo bien, soñando con lo que quieren ser de grandes. Vos, yo, podríamos haber sido como ellos...y me pregunto: ¿nos hubiera gustado ser invisibles?