jueves, 30 de agosto de 2012

Amanecer sobre Puente Alsina

El sol empieza a brillar, anaranjado. Va tiñendo las nubes cercanas, les regala pedacitos de luz. El colectivo avanza lento. Los pasajeros todavía adormecidos miran por la ventanilla. Algunos. Otros charlan, otros escuchan música, otros duermen. Pero algunos, nosotros, miramos. Porque el espectáculo parece preparado para nosotros. Color, color, color. Brillo de mañana. Antesala del día. Una pintura impresionista previa a un día de oficina y monotonía.
Avanzamos. Se ve la estación de tren, las vías bañadas por ese brillo anaranjado. Un perro callejero deambula por el cuadro. Algunos obreros con mochilas y vestidos de azul caminan, se acercan a la estación. Parecen ajenos al cuadro del que forman parte, abstraídos en su mundo de días largos y noches cortas. Pero el Sol no es mezquino, y los ilumina a ellos también. Como soldados brillantes del amanecer.
Poco a poco, mi parte favorita: el riachuelo. Ese punto exacto en la mitad desde el que se ven las dos orillas. Ah, el cielo en su magnitud, el sol ya no tan tímido, llenando el paisaje, reflejado en la superficie del agua. Agua naranja, agua dorada. Algunos pájaros sobrevuelan, pequeñas siluetas negras. De fondo las marcas de la industrialización, chimeneas que nunca dejan de soplar humo. En las orillas, las casas de ladrillo naranja, los nenes de guardapolvo blanco que empiezan a salir de sus casas. Montones de basura. Bolsas de plástico que ahora parecen hechas de oro.
La mañana perfecta y tranquila. Ese único momento en el que todo se une, todo está quieto y el Astro Mayor nos demuestra que la belleza depende de los ojos con los que se la mire.

No hay comentarios:

Publicar un comentario