El sol brillaba opaco,
como detrás de un vidrio difuso.
Caminantes y caminados,
avanzábamos en la eternidad
del adormecimiento.
Escribíamos nuestras memorias
en hojas que el otoño había desechado,
y soñábamos con otro sol:
aquel que nos permita detenernos,
que borre nuestras heridas de ciudad,
que adormezca la molesta sensación
de haber caminado tanto,
y no haber llegado a ninguna parte.
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